Hay multitud de referencias al vino en la literatura y la poesía.
Ahí van algunas.
El antipoeta chileno Nicanor Parrar le dedicó varias coplas, de entre la que escogemos esta, por directa y por significativa:
¿Hay digo, pregunto yo
más noble que una botella
de vino bien conversado
entres dos almas gemelas?
El también chileno Pablo Neruda hace mención metafórica a la eterna juventud:
El vino/mueve la primavera.
Concisión lirica en su máxima expresión.
Las penas, peasdumbres y melancolías tienen en el vino un aliado incondicional.
Así lo siente el poeta chino Li Po:
Un vaso de vino entre las flores/bebo solo, sin amigo que me acompañe.
Llegamos al políedrico autor argentino Jorge Luis Borges.
Sus versos parecen una síntesis de un libro de autoayuda.
Dicen de esta manera:
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia.
Las loas y alabanzas al vino también tocaron el paladar y el alma de Dante Alighieri:
El vino siembra pasión en los corazones.
¿Qué sería de la vida sin pasiones, emociones y sentimientos?
¿Qué sería de la pasión sin el vino?
La escritora inglesa Virginia Woof se puso sublime:
El lenguaje es vino en los labios.
Por su parte, el científico Louis Pasteur dejó una sentencia que da mucho que pensar:
Hay más filosofía y sabiduría en una botella de vino, que en todos los libros.
La cita tiene su miga: la mente por sí misma no es nada.
Somos cuerpo, tan solo carne que siente y piensa a la vez.
Karl Marx no precisa de presentación alguna.
Es el teórico de la revolución anticapitalista por excelencia.
Sin concesiones a la galería.
Valiéndose de una prosa escueta e inequìvoca.
Ten cuidado de confiar en alguien que no le guste el vino.
El sesudo y barbadoe Marx tal vez se pasó de frenada en esta afirmación tan rotunda y tajante.
Robert Louis Stevenson fue, si cabe, todavía más sintético que el padre del Manifiesto Comunista.
El vino es poesía embotellada.
Vino y poesía, poesía y vino, ¡qué más da si da lo mismo!
Nos trasladamos ahora a la Grecia Antigua.
El poeta trágico Eurípides adoptó una actitud romántica y dulce.
Donde no hay vino no hay amor.
Muy fuerte, ¿no?
Terminamos con el poeta persa Omar Khayyam.
Con humor.
De buen rollo.
Con sutil ironía no exenta de maldad dialéctica.
Si los amantes del vino y del amor van al infierno... vacío debe estar el paraíso.
Que no se enfaden los abstemios, por favor.
¡Ellos se lo pasarán bomba durante toda la eternidad!
Eso sí, sin vino.